9 de febrero de 2010

Sueños de niño

Vuelvo a trasnochar acogido por el calor de un buen libro.
Una taza de té me mantiene con vida, mientras viajo hoja tras hoja por los fantásticos mundos que se dibujan en mí imaginación.
Grandes valles, un ferrocarril humeante, lejanas montañas nevadas, pájaros tan grandes como aviones, cánticos sórdidos de seres maravillosos que jamás había conocido.

Un párrafo más me hace pensar lo bella que fue mí infancia, casi tan mágica como la historia en que me pierdo.
Detengo mí lectura por unos instantes, para sumirme en la melancolía del recuerdo. En lo efímero de los años y lo frágil que es la memoria.
Grandes hazañas en la escuelita. Hago memoria; jugaba a ser un rey. Un palo viejo de escoba hacía las veces de mí corcel blanco, y, al grito de “vamos mis soldados,”
Echaba ha andar una operación militar digna de intervención internacional.
Mis súbditos... Mis grandes amigos de la infancia y fieles colaboradores de los más grandes sueños altruistas de liberación de los pueblos sometidos.
Mariscales, Generales, Capitanes, e inclusive, una Reina esperando ser rescatada, formaban parte del contingente pacificador y libertario.
Ya en aquel entonces exportábamos sueños de un mundo mejor.
Batallas incansables fueron libradas día a día, receso a receso. El incansable esfuerzo de este ejercito de pequeñines soñadores, exportadores de justicia, equidad,
Solidaridad, y, paz, estaba fundamentado en la idea, ya presente en esos días, de que todos merecemos vivir con dignidad.

Pasan los años, voy creciendo, y el pensamiento de aquel chiquitín se mantiene vivo.
¿Cuántas batallas más habrá que pelear hasta que el objetivo final cobre vida? No lo sé.
Lo seguro es que el incansable ejercito sigue viviendo dentro de mí.

Un sorbo más, vuelvo a mí viaje en los profundos e inmejorables valles que letra a letra voy caminando.

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